jueves, 2 de junio de 2011

Blue Valentine.


Te has levantado temprano y te has vestido como siempre, sentada en la cama y de espaldas a mí y a la ventana y al mundo, te has puesto el sujetador y has cogido la falda de la silla y así, sin apenas asearte, con el sudor de tus pesadillas adherido a la piel, con la mirada puesta en el armario cerrado, como si fuera una carta que nadie lee o un calendario del pasado, has suspirado y te has inclinado hacia mí, que aún dormía porque he aprendido a desconocerte y a olvidarte como una lección aprendida de memoria, y me has calzado un beso, un beso que no es de mi talla sino que me queda grande, enorme, como todo esto que se avecina que ya sabemos lo que es aunque no haya llegado todavía, pero que vemos venir, como una marea que sube hasta cubrir la playa y convertirla, de pronto, al caer la tarde, en un otoño inmediato, una suerte de venganza que el mar urde contra los castillos de arena y contra la felicidad, esa felicidad que nos dejamos en alguna cuneta, quizás en las últimas vacaciones, en aquella carretera de la costa, aquella carretera alambicada, los bocadillos, el aire acondicionado, el espejo del agua, el alquitrán y la nicotina, también, de aquel último cigarrillo que fumaste antes de dejarlo por penúltima vez con las ventanillas subidas para empaparte de humo como un salmón noruego que es lo que siempre has sido, un pez brillante que nada contra la corriente, un haz de luz que resquebraja la sombra hasta romperla como me has roto a mí, que me despedacé en tus manos, me perdí entre tus dedos quizás porque esperaba que aquello y cuando digo aquello sé que digo lo que era aquello cuando estábamos allí, que aquello, digo, durara un ratito más, un minuto más tan solo para poder recordarlo porque lo único que quería era precisamente eso, ser capaz de recordar el último instante en el que nos pertenecimos, aquel en el que ya era consciente del final porque el final, ya, sí, este final, no lo vi hasta que llegó, cuando era un poco tarde, no demasiado, pero lo suficiente para perder lo único que me importaba, esa chica que lleva tu nombre y se va para no volver a un lugar que, por mucho que me joda, no me importa ni me interesa, no sé cuál es ni será por más que me hablen de él y de ti estos y aquellos porque te habré perdido tiempo atrás, no hoy, sino ayer, el ayer remoto, claro, el ayer de la noche que dejó de desvelarme tu tristeza.

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