Entré de lleno a esa vida que no conocía y que me era interesantísima.
Adquirí gustos poco correctos pero agradables y para ser una mujer poco vulgar, con una aureola novelesca. Todo el mundo me quería.
Nuestras noches eran alegres y sentimentales, se declamaba y se tocaba la guitarra.
Se hablaba de Azorín, de Sócrates, de Rouge de Lisle, de Baudelaire, etc, y en esos temas, llegaba el día, y el sueño.
El poeta Silva (Víctor DomingoSilva), que era el sobresaliente en nuestras reuniones, me hacía versos delicados y pasionales, yo los recitaba después, con todo mi arte para emocionarlo.
Es cierto, mi temporada (tres años en el Norte) constituyó una gran experiencia... Alí aprendí a vivir la verdadera vida. Conocí lo que es para las mujeres de mi clase un misterio, la verdadera miseria material y moral; los corazones y las pasiones bajas, mezquinas y grandes, los vicios... Y todo lo que conoce un hombre. Mi alma salió pura de la prueba, pero asqueada y con un fondo de amargura eterna.
Mi opinión sobre las mujeres es tristísima y muchas veces me avergüenzo de ser mujer... Sin ser malas, lo aparentan, son débiles, orgullosas, profundamente estúpidas y vanas. ¡Son animales de costumbre!
Los hombres, son malos de veras, viciosos, insensibles y egoístas. Son incapaces de un sentimiento delicado, que no sea para ellos mismos; pero son superiores... Cuando los veo elegantísimos, irreprochables, diviso a través de su indumentaria al mono, a la bestia carnívora, hambrienta y lujuriosa.
Teresa Wilms Montt
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